Tamales y atole, símbolo de renovación
Para diversas etnias de México, estos alimentos servidos en el Día de la Candelaria representan el inicio del nuevo ciclo agrícola
La Fiesta de la Candelaria, como otras en México, funde herencias culturales muchas veces disímbolas y hasta contradictorias, para desarrollar una expresión propia, rinde honor a la Virgen de la Candelaria, o Virgen María de la Candelaria, originaria de la isla española de Tenerife, en las Canarias.
La celebración de La Candelaria encuentra vasos comunicantes con la cosmogonía mexica y el pensamiento de las etnias del Valle de México. La fecha de esta fiesta cristiana coincide con el inicio del nuevo ciclo agrícola, la renovación de la tierra y las ofrendas a las deidades como Tláloc, dios de la lluvia, lo que en la época colonial determinó un franco enroque de las creencias indígenas dentro del nuevo contexto católico.
“Celebrada el 2 de febrero, es un referente de los pueblos originarios de la Ciudad de México: inicia el ciclo agrícola, hay mayordomías, en Xochimilco son organizaciones dedicadas al culto del niño dios y de La Candelaria, y es el día en que la gente lleva a bendecir las imágenes del niño dios, en canastas o en charolas con maíz o frijol, pues también es la fiesta de la bendición de las semillas. La festividad era importante en el centro de México porque marcaba el inicio del año mesoamericano, como señala el mismo Bernardino de Sahagún”, dice el Dr. Andrés Medina Hernández, del Instituto de Investigaciones Antropológicas (IIA) de la UNAM.
Un factor fundamental de esta tradición, resalta el investigador, es que se advierte una fusión entre el culto al Niño Dios y al maíz, de tal suerte que el primero simboliza a la divinidad de ese cereal, que tenía un papel central en la cosmovisión y mitología mesoamericana.
Resalta que en esa fecha, como marca la tradición, se consume atole y tamales, que deben ser proveídos por quienes encuentran al “muñeco” (representación del Niño Dios) en la rosca del 6 de enero, día de los Santos Reyes.
“La razón por la que se lleva a cabo esa práctica se ha perdido en la ciudad, sin embargo, en los pueblos originarios al sur de la urbe se encuentra la lógica que envuelve a la fiesta: el culto al maíz y al Niño Dios. Aún más, sintetiza un simbolismo vinculado a la tradición mesoamericana, pues ambos tienen un periodo en que se ocultan. El maíz, que se supone huérfano, se entierra para que surja nueve meses después en forma de mazorca. El niño, escondido en la rosca, aparecerá el 2 de febrero, día de La Candelaria, cierre del lapso que comienza el 12 de diciembre, festejo de la Virgen de Guadalupe”.